El 10 de septiembre del 2002 nació Giesi Eliel Dionicio Antazú en el centro poblado Alto Yurinaki ubicado en el distrito de Perené, provincia de Chanchamayo, en la región Junín.
El último de nueve hermanos había llegado al mundo con el síndrome de Focomelia, una rara enfermedad que impedía el desarrollo de sus extremidades. Sin embargo, el niño sin manos ni pies demostraría que todo sería posible para él.
Giesi logró sentarse a los 12 meses de edad, a los cuatro años aprendió a leer y escribir y, a los cinco años, a dibujar y jugar fútbol. Su fortaleza, acompañada siempre de una sonrisa, fue el aliciente para que su madre Celsa Antazú se diera cuenta que él podría alcanzar todo lo que se propusiera.
Actualmente, el joven de 21 años, usuario del Programa Nacional Contigo del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social, recibe una pensión de 300 soles que cubre los gastos de su alimentación mientras cursa el tercer año de la carrera profesional de Psicología gracias a una beca de ayuda completa que le otorgó una universidad privada en la ciudad de Lima.
“El apoyo económico que recibo del programa Contigo más la beca de estudios que me ofrece la universidad me está ayudando a cumplir mi sueño. Me gustaría que el resto de universidades brinde este tipo de ayuda a personas con discapacidad, hay personas muy inteligentes, pero quizá lo económico los retrasa”, señala Giesi.
En ese sentido, la directora ejecutiva de Contigo, Orfelina Arpasi, resaltó el compromiso de los centros de educación superior que impulsan una formación universitaria que brinda oportunidades de acceso a personas con discapacidad. Asimismo, hizo un llamado para que otros centros de estudios repliquen este tipo de ayuda.
“Nuestros usuarios con discapacidad severa en situación de pobreza quieren salir adelante. La pensión del programa Contigo ayuda a mejorar su calidad de vida, pero una beca de estudio les abriría muchas puertas. Es necesario que más centros educativos, institutos y universidades se comprometan con la inclusión social”, añadió.
Giesi, quien toca la zampoña y canta para agradecerle a la vida, tiene claro que el esfuerzo de sus padres por proveerle una buena educación traerá buenos frutos.