En la era de los medios masivos de comunicación, la desinformación se ha convertido en un factor que puede generar desestabilización, confusión, polarización y perjuicio para la sociedad. La desinformación consiste en la difusión tendenciosa e irresponsable de información, verificablemente falsa, con el objetivo de manipular las creencias, expectativas y opiniones del público.
La desinformación apela a diversas estrategias retóricas, como la demonización (“el otro es el malvado y, por lo tanto, yo soy el bueno”), la presuposición (se acepta una afirmación como cierta, aunque sea discutible y no se haya verificado), el uso de falacias (en la línea de Goebbels, “miente, miente que algo queda”), la omisión de datos (afirmar algo sin contrastar con evidencia), descontextualización (interpretación burda, simplista y antojadiza de una situación más compleja), “negacionismo” (de la evidencia), etc.
En sociedades altamente polarizadas, como la nuestra, la desinformación puede acentuar aún más la fragmentación, ya que crea falsas expectativas y dicotomías, y afectar las posibilidades de progreso económico. En su libro, En busca del crecimiento, William Easterley nos recuerda que “las malas políticas son el resultado de la existencia de grupos de interés divergentes que actúan, cada uno, en su propio interés. Las sociedades que están más fragmentadas tienen peores políticas que las sociedades que están más cohesionadas. Cualquier elemento que facilite la polarización empeorará las políticas económicas, lo cual reducirá aún más el crecimiento”.
Localmente, uno de los temas de discusión sobre los que se percibe mucha desinformación es “el cambio total de la Constitución actual”; en particular, de su capítulo económico. A este se le atribuyen desde “facultades mágicas” hasta la “culpa de todos los males del país”. En realidad, es solo un marco normativo que establece las reglas del juego para la actividad económica. Y la evidencia sugiere que ha sido muy bueno porque ha generado los incentivos adecuados para realizar emprendimientos, invertir, crear empleo, trabajar, ahorrar, etc. Como resultado, bajo esas reglas, en los últimos años hemos visto un descenso significativo de la pobreza e incluso de la desigualdad monetaria. Negar esto es tapar el sol con un dedo. Desde luego, no es suficiente y hay que hacer aún mucho más. Pero ese marco normativo ha permitido avanzar, en beneficio, sobre todo, de los más vulnerables.
Algunas partes interesadas, posiblemente por motivaciones ideológicas, pretenden construir narrativas que “validen” sus afirmaciones, las que la evidencia no sustenta. Hay que estar atentos para desmentir la información falsa o tendenciosa con la que se pretende sorprender a esforzados ciudadanos que solo buscan progresar, y destruir lo que ha funcionado bien.